Asumimos para este nuevo curso el lema del año santo jubilar vicentino en nuestra diócesis de Valencia, formulado como ratificación de la invitación de San Vicente: "Timete Deum et date illi honorem" (Ap. 14,7). De modo que la celebración del año santo, con motivo de la muerte de san Vicente Ferrer (Valencia, 1350 - Vannes, 1419), oriente y enmarque todas nuestras actividades, como ha marcado también el pasado curso: desde el 9 de abril de 2018 hasta el 29 de abril de 2019.
No celebramos la muerte de san Vicente como un momento triste, de separación y recuerdo pasado. Todo lo contrario, la muerte de los santos (y los cristianos, en general) es como el fin de curso: el momento en que se recogen los frutos sembrados a lo largo de la vida. En el caso de San Vicente, toda una vida plena, lograda, gastada en el servicio a Dios y a los demás. San Vicente cumple, pues, lo que nos dice el texto bíblico, ha tomado parte "en los duros trabajos del Evangelio". Una vida que la muerte no trunca, ni acaba, sino que culmina y corona, transformándola para la eternidad: desde el Cielo, san Vicente continúa enseñándonos con su vida y su palabra, e intercediendo por todos nosotros, el Colegio, toda la comunidad educativa, y particularmente por sus niños y niñas, por los que no ha dejado de proveer a lo largo de estos siglos.
San Vicente ha sido, en su vida, un testimonio claro del amor de Dios; no sólo para los que formamos parte de esta comunidad educativa que él instituyó y quiso, sino también para todos y cada uno de los valencianos, de los hombres y mujeres de bien, "bona gent", de todos los pueblos y rincones de la tierra. Con su vida religiosa, con su ministerio apostólico, predicador y evangelizador, con su afán y tesón por la paz en las naciones y los pueblos, la reconciliación de los enemigos, la unidad en la Iglesia y la fraternidad en las comunidades y familias, con el don de sus milagros, signos de la vida nueva y plena a la que Dios nos llama, san Vicente es un testigo fiel y permanente del Evangelio, de la fuerza de Dios, de su amor irrevocable, de su Gracia.
Por eso la celebración jubilar es, ante todo, una invitación al gozo y a la alegría: gaudete et exultate, como la reciente exhortación apostólica que nos hace el Papa Francisco para recordarnos la llamada a la santidad, "nos llamó a una vida santa", dice el texto bíblico. La santidad no es algo triste: un santo triste es un triste santo. La santidad es la gloria de Dios y la vida en plenitud de las personas, es lo que cada uno anhelamos en lo más íntimo de nuestro corazón y que, en tantas ocasiones, no acertamos a descubrir ni a comprender. San Vicente no deja de recordarnos esta llamada: honrar a Dios, dar honor, es como el santificado sea tu Nombre del Padrenuestro, en definitiva, glorificar a Dios, llevar a cabo nuestra existencia en armonía con el Padre, con los Hermanos y con la Creación. En el Evangelio, Jesús nos dirá "Brille, así, vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). No se trata de otra cosa sino de esto mismo: los rabinos dicen que en la bendición está la gloria de Dios; los cristianos profesamos la gloria de la Santísima Trinidad, gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo; la antropología cristiana apunta que la gloria de Dios es que el hombre viva, nuestra felicidad personal y colectiva, que vivamos en plenitud, que no despreciemos ni desaprovechemos el tesoro de bienes y dones que Nuestro Señor nos concede. San Vicente fundó su Colegio para que sus niños glorificaran a Dios, y no sólo ellos, también las personas mayores al ver lo que hacen los niños, en plena congruencia con lo que fue la orientación de toda su vida.
La declaración de la iglesia del Colegio como templo jubilar, es un acicate para que podamos celebrar mejor todas estas cosas y contribuir a que las vivan cuantos se acerquen a San Vicente Ferrer por medio de su milagro más duradero y vivo. Desde el perdón y la reconciliación, desde la alabanza y acción de gracias, desde el compromiso por un cambio de vida, desde la comunión con la Iglesia y con los demás...
También es justo recordar el triste acontecimiento del derrumbe del edificio del Colegio en Valencia, el 8 de octubre de 1968. Se cumplen ahora 50 años y aunque ninguno de los niños sufrió daño personal, del accidente resultó el fallecimiento de la religiosa Hija de la Caridad, sor María del Carmen Ilarri. Aquel curso se reanudó en las instalaciones del Pantano de Benagéber y el curso siguiente, 1969, los niños se instalarían en San Antonio de Benagéber, hasta hoy. Sin lugar a duda, aquel terrible suceso se convirtió, gracias al esfuerzo y el empeño de todos (patronato, clavario, religiosas, maestros, excolegiales, vicentinos y ciudadanía en general) en el germen esperanzador de nuestra realidad presente.
El Colegio es San Vicente Ferrer y San Vicente Ferrer es su Colegio. Hagamos que este curso sea una ocasión de honra y gloria a Dios por San Vicente Ferrer, por su Colegio y por tantos dones que su providencia nos concede.
V. / Estad alegres, dice el Señor.
R. / Porque vuestros nombres están escritos en el cielo. (Lc. 10,20)
Oh Dios, que elegiste al presbítero San Vicente Ferrer ministro de la predicación evangélica, instrumento de paz para las personas y los pueblos, reflejo de tu misericordia para los pequeños y los pobres concédenos que, imitando su ejemplo de vida, veamos reinando en el cielo a quien él anunció como juez futuro en la tierra.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
AMEN.